Miguel Arteta, uno de los directores latinos más importantes del cine independiente, tiene como puntos álgidos en su carrera el poner a tener sexo en una película a la inmaculada Jennifer Aniston en “The Good Girl” o una descacharrante comedia de alta alcurnia, “Convención en Cedar Rapids”, con la que el espectador de cualquier tipo de cine, por fuerza, tiene que reírse a mandíbula batiente. Sucumbió al mainstream rodando la impersonal y de imposible título “Alexander y el día terrible, horrible, espantoso, horroroso”, nada menos que para Disney. En el transcurso, y basándose en la novela del mismo título de C.D. Payne, Arteta nos ofrece su particular visión del adolescente virgen, "nerd" y buscando continuamente sexo (y amor) en una película de corte indie, con todos los clichés que eso conlleva (contando con habituales del nivel de Steve Buscemi y Michael Cera, casi parece una parodia), sus tempos y formulas, para un argumento muy propio, por otro lado, de las "teen movies" estudiantiles.
Lejos de ofrecernos una cinta mínimamente original, Arteta se agarra a su condición independiente y, en su afán por ser visualmente interesante, prácticamente resulta un calco del Wes Anderson de la etapa intermedia. Y sus personajes, lejos de comportarse como adolescentes medios norteamericanos de clase media/baja, se comportan como esnobs cuyos intereses se centran en la cultura francesa con Jean Paul Belmondo y Serge Gainsbourg como estandartes. Sin embargo (y desconozco la intención), la película comienza con el joven protagonista haciéndose un pajote.
Al contrario que otras propuestas independientes que ahondan en la virginidad de los individuos, como la estupenda “Sex Ed”, “Rebelión adolescente” aboga por el cine de corte artístico para un público más de Sundance —o del Festival Internacional de Cine de Toronto, donde se estrenó— que de multisalas y, como tal, roza el aburrimiento en pro de la estética, convirtiéndose, hablando en plata, en un soberano y pretencioso coñazo. Y aunque le pese al director (si es que le pesa), “Rebelión adolescente” no deja de ser una "sex comedy" con ínfulas.
Durante unas vacaciones en caravana junto a su madre y el vago del novio de esta, Nick, un joven de 16 años con las hormonas a flor de piel, conoce a una chavala de su edad, amante de la cultura francesa, enamorándose perdidamente de ella. La moza comienza un jueguecito erótico con Nick que jamás culmina, dejándole acongojado por ello. Para vencer su timidez, el chaval se inventa un alter ego, Françoise, un individuo francés con bigotillo que le ayudará a ser más decidido a la hora de tomar decisiones. Mientras tiene que lidiar con sus problemas cotidianos y familiares, Françoise ayudará a Nick en su carrera hacia la pérdida de la virginidad.
Michael Cera se convirtió en estrella con “Supersalidos”, pero rápidamente pasó a ser una cara reconocible del cine independiente al ser fichado por Jason Reitman para "Juno", motivo por el cual le vemos en esta “Rebelión adolescente”, en la que, con 21 años, interpreta a un adolescente. Su carrera posterior deambula entre el mainstream y el indie con regularidad.
Junto a él, nombres reconocibles como los de Zach Galifianakis, Ray Liotta, Fred Willard o Justing Long. Que haya salido tan coñazo, desde luego, no es culpa de ninguno de ellos.
Con estrenos reducidos en las salas estadounidenses, a nuestro país llegó directamente en DVD en tiempos en los que es más sencillo que una película como esta pase inadvertida a convertirse en un éxito.
martes, 29 de abril de 2025
sábado, 26 de abril de 2025
PUEBLO MALDITO / AULLIDOS 4
Es comprensivo que, tras los desvaríos de Philippe Mora efectuados con la primera y segunda secuelas del clásico de Joe Dante, los desalmados seres humanos obcecados en no poner fin a tan errática franquicia decidieran comenzar de cero. Para ello, ficharon a un director veterano de capa caída pero con experiencia en el género fantástico, John Hough (aviso: después de consumir la reseñada, dolerá recordarle a los mandos de "Drácula y las mellizas", "La leyenda de la mansión del infierno" y "Objetivo: Patton" entre sus films respetados, o "Incubus", "Biggles, el viajero del tiempo" y "Escóndete y tiembla" entre los menos pero, como ven, más acordes a nuesas apetencias), encargando al guionista de turno regresar a la novela original de Gary Brandner y sus propias secuelas formato escrito, que las hubo. ¿¿Y quién fue el valiente que se atrevió a aceptar la tarea?? alguien que, a partir de ahí, plantaría semillas en la saga, Clive Turner. Al muchacho le carcomía la ambición, quería dirigir y producir, lo que le llevó a continuos conflictos con John Hough. Según las malas lenguas (es decir, Imdb), Turner rodó escenas nuevas a espaldas del realizador. Y cuando había quejas respecto al guion, señalaba a un aparentemente inexistente Freddie Rowe como culpable. Esa constante y continua revisión del libreto obligó en muchas ocasiones a tirar adelante la película de forma básicamente improvisada. Irónicamente, y a pesar de los pesares, a nivel adaptativo -en cuanto al material literario- esta cuarta entrega gasta una mayor fidelidad que la película inaugural, de ahí el subtitulo en inglés, "The Original Nightmare" (la pesadilla original, payo). Para su aterrizaje en España, sufrió una de aquellas mutaciones tan propias del video-clubismo de la época, y la saga en particular, "Pueblo Maldito". Actualmente puedes dar con ella en plataformas directamente como "Aullidos 4".
Entre los puntos de conexión narrativos con el "Aullidos" de 1981 tenemos a una mujer mediática (en este caso novelista de éxito), achuchada por el estrés, acudiendo a una casa de campo para hacer reposo, lastimosamente situada a la vera de una comunidad de licántropos. También está la lugareña sexy y misteriosa, que seduce al maromo de aquella. Este resulta ser un guaperas en plan "Geyperman", rollo Lorenzo Lamas (aunque guarde más similitudes con Miles O'Keeffe), genuinamente hilarante. Cada vez que aparece en escena, cuesta no echarse una risotada. Le pone cuadriculado rostro, y tableta, Michael T. Weiss, de discretita trayectoria, tanto como el resto del personal situado frente a la cámara, destacando a la protagonista Romy Walthall, quien retomaría a su personaje en la infame -ver más abajo- "Aullidos 7". Lo de la peña oculta tras la cámara es otro cantar. Hough y Turner aparte, localizamos a Steve Johnson encargándose de los efectos especiales (a pesar del descontento general, repetiría en "Aullidos 6" o, como se la conoció por aquí, "Escalofrío: the freaks") y dos productores de cierto calibre, el hoy poderoso Avi Lerner, fundador de "Nu Image / Millennium Films", y el veterano (y de turbia reputación) Harry Alan Towers, a quien debemos varias entregas del "Fu-Manchu" cinematográfico de los 60, "El millón de ojos de Sumuru" de Lindsay Shonteff, algunas cosas de Jesús Franco y, ya más para acá, "Al borde de la locura", "Emparedada" o "El fantasma de la ópera" y "Alianza Macabra", ambas con Robert Englund. Entre finales de los ochenta y mediados de los noventa, y con el saludable fin de abaratar costes, a Towers le dio por tirar de Sudáfrica como plató. Todas sus películas situadas en ese lapso pasaron por el trance, y "Pueblo Maldito" no es una excepción (salvo algunos exteriores rodados en USA para evitar dar mucho el cante). Encargándose de la segunda unidad, Cedric Sundstrom, posterior director de "actioners" costrosos tipo "Fuego contra fuego" y las tercera más cuarta entregas de "El guerrero americano". Su hermano Neal terminaría a los mandos de, justamente, "Aullidos 5: El regreso" ¿¿nepotismo??.
Aunque no he leído los libros de Gary Brandner, sí me he informado sobre las respectivas tramas y, aparentemente, ninguna incluye la de "Pueblo Maldito" en torno a una monja asesinada cuyo fantasma ronda por el lugar (tampoco la del campanario maldito traído desde Rumanía tocho a tocho). En cualquier caso, una compañera de conventos de aquella, ya retirada, se unirá a la escritora en su investigación. Llegado el momento, y con el fin de demostrar que la monja ectoplasmática y ella eran colegas de "profesión", extrae del bolso una enorme fotaca, tamaño folio y perfectamente alisada, donde ambas posan alegremente ahí en plan "selfie" portando sus hábitos. Otro instante de pura comedia involuntaria. Juntaletras y ex-monja se meterán en mil líos hasta dar con unos hombres / mujeres lobo que se habrán hecho esperar básicamente una hora y pico de película. Cuando aparecen, pues tampoco es que brillen muchísimo, aunque sí merece destacarse la transformación de uno: primero se derrite como un helado expuesto al sol, hasta formar un charco. Y, segundos después, de este emerge en su forma "licántropica". ¿Original? puede. ¿Aparatoso? También.
Lo de invertir en paciencia para ver a los peludos se convertiría en casi un ritual afín al resto de la franquicia. Llegado cierto punto -la séptima dosis-, los productores incluso pensaron en NO incluirlos, lo que habría sido la bomba. "Suerte" que Clive Turner, por entonces ya coronado amo y señor del caos, se opuso. Había extendido sus garras de guionista a las de actor (en la quinta) y, directamente, protagonista y director de la mentada, y terrible, "Aullidos 7". Fue una de sus últimas contribuciones al arte de fabricar películas, y con justicia.
Bien, a estas alturas sobra decir que "Pueblo Maldito / Aullidos 4" es un mojón de cuidado (superado en aciertos y calidad por las dos entregas siguientes, especialmente la sexta). Telefilmesca, sosa, desaboría, aburrida y con un nivel muy bajo de truculencia + tetas... que haberla/s hayla/s (fascinante la incursión descarada y gratuita de una pava desnuda en la caratula), pero no compensa.
Sin embargo, como materia reseñable es oro puro.
Entre los puntos de conexión narrativos con el "Aullidos" de 1981 tenemos a una mujer mediática (en este caso novelista de éxito), achuchada por el estrés, acudiendo a una casa de campo para hacer reposo, lastimosamente situada a la vera de una comunidad de licántropos. También está la lugareña sexy y misteriosa, que seduce al maromo de aquella. Este resulta ser un guaperas en plan "Geyperman", rollo Lorenzo Lamas (aunque guarde más similitudes con Miles O'Keeffe), genuinamente hilarante. Cada vez que aparece en escena, cuesta no echarse una risotada. Le pone cuadriculado rostro, y tableta, Michael T. Weiss, de discretita trayectoria, tanto como el resto del personal situado frente a la cámara, destacando a la protagonista Romy Walthall, quien retomaría a su personaje en la infame -ver más abajo- "Aullidos 7". Lo de la peña oculta tras la cámara es otro cantar. Hough y Turner aparte, localizamos a Steve Johnson encargándose de los efectos especiales (a pesar del descontento general, repetiría en "Aullidos 6" o, como se la conoció por aquí, "Escalofrío: the freaks") y dos productores de cierto calibre, el hoy poderoso Avi Lerner, fundador de "Nu Image / Millennium Films", y el veterano (y de turbia reputación) Harry Alan Towers, a quien debemos varias entregas del "Fu-Manchu" cinematográfico de los 60, "El millón de ojos de Sumuru" de Lindsay Shonteff, algunas cosas de Jesús Franco y, ya más para acá, "Al borde de la locura", "Emparedada" o "El fantasma de la ópera" y "Alianza Macabra", ambas con Robert Englund. Entre finales de los ochenta y mediados de los noventa, y con el saludable fin de abaratar costes, a Towers le dio por tirar de Sudáfrica como plató. Todas sus películas situadas en ese lapso pasaron por el trance, y "Pueblo Maldito" no es una excepción (salvo algunos exteriores rodados en USA para evitar dar mucho el cante). Encargándose de la segunda unidad, Cedric Sundstrom, posterior director de "actioners" costrosos tipo "Fuego contra fuego" y las tercera más cuarta entregas de "El guerrero americano". Su hermano Neal terminaría a los mandos de, justamente, "Aullidos 5: El regreso" ¿¿nepotismo??.
Aunque no he leído los libros de Gary Brandner, sí me he informado sobre las respectivas tramas y, aparentemente, ninguna incluye la de "Pueblo Maldito" en torno a una monja asesinada cuyo fantasma ronda por el lugar (tampoco la del campanario maldito traído desde Rumanía tocho a tocho). En cualquier caso, una compañera de conventos de aquella, ya retirada, se unirá a la escritora en su investigación. Llegado el momento, y con el fin de demostrar que la monja ectoplasmática y ella eran colegas de "profesión", extrae del bolso una enorme fotaca, tamaño folio y perfectamente alisada, donde ambas posan alegremente ahí en plan "selfie" portando sus hábitos. Otro instante de pura comedia involuntaria. Juntaletras y ex-monja se meterán en mil líos hasta dar con unos hombres / mujeres lobo que se habrán hecho esperar básicamente una hora y pico de película. Cuando aparecen, pues tampoco es que brillen muchísimo, aunque sí merece destacarse la transformación de uno: primero se derrite como un helado expuesto al sol, hasta formar un charco. Y, segundos después, de este emerge en su forma "licántropica". ¿Original? puede. ¿Aparatoso? También.
Lo de invertir en paciencia para ver a los peludos se convertiría en casi un ritual afín al resto de la franquicia. Llegado cierto punto -la séptima dosis-, los productores incluso pensaron en NO incluirlos, lo que habría sido la bomba. "Suerte" que Clive Turner, por entonces ya coronado amo y señor del caos, se opuso. Había extendido sus garras de guionista a las de actor (en la quinta) y, directamente, protagonista y director de la mentada, y terrible, "Aullidos 7". Fue una de sus últimas contribuciones al arte de fabricar películas, y con justicia.
Bien, a estas alturas sobra decir que "Pueblo Maldito / Aullidos 4" es un mojón de cuidado (superado en aciertos y calidad por las dos entregas siguientes, especialmente la sexta). Telefilmesca, sosa, desaboría, aburrida y con un nivel muy bajo de truculencia + tetas... que haberla/s hayla/s (fascinante la incursión descarada y gratuita de una pava desnuda en la caratula), pero no compensa.
Sin embargo, como materia reseñable es oro puro.
martes, 22 de abril de 2025
EN LA MILI (AMERICANA)
Pauly Shore es el típico caso de estrella emergente que asciende a lo más alto del estrellato a una velocidad de vértigo para, de la noche al día, quedar relegado al más absoluto ostracismo. Sin descenso, ni caída. De golpe al suelo. Pero no hay que sentir pena de estrellas estrelladas como Pauly Shore, Andrew “Dice” Clay o el rapero Gerardo, porque no es que hayan acabado comiendo de la basura precisamente. Actualmente Shore tiene una carrera como comediante más que digna que le permite ganarse la vida mejor que usted y yo, con fans a lo largo y ancho del globo terráqueo. No da para caviar, pero sí jamón York el resto de su vida. Clay vive un pequeño nuevo resurgir como cómico respetado al que ha rescatado Woody Allen y Gerardo es un importante gerifalte de la industria musical latina, además de pastor de una iglesia católica en Kentucky. Están bien, a pesar de que, a todas luces, el arte que ejecutaban era poco menos que mediocre.
El reinado de Pauly Shore comprende un periodo de tiempo de entre 1992 a 1996. Muy poco, apenas cuatro años en los que quienes vislumbraron un atisbo de talento en este surfero de la era "MTV", lo exprimieron mientras el público tuviera ganas de pagar por verlo, rodando una suerte de películas infames para su lucimiento. Shore era distinguible del resto por dos motivos: emitía desagradables onomatopeyas e imitaba sonidos de animales —lo que le valió el sobrenombre de Da Weasel (la comadreja)— y, además de ser un actor poco menos que espantoso, tenía bastante poca gracia. Sin embargo en aquellos años del grunge, mientras estuvo en televisión, el humor de Pauly Shore funcionó. Continuó rodando películas hasta que su estrella se apagó. Intentar conservar su estatus se convirtió para él en poco más que una odisea.
Su debut en la pantalla se dio con “El hombre de California” protagonizada por Brendan Fraser. En ella Shore era el alivio cómico que, por causas del destino, se come la película —aunque comerse una película de Fraser, se la puede comer cualquiera—, el público empatiza con el personaje, y de ahí a todo lo que vino después, que se tradujo en títulos como “Menudo Yerno”, “Juri Duty: ¿Y dónde está el jurado?” o “Bio-Dome” y la (merecida) muerte artística.
Entre todo ese desaguisado y, a su medida, se concibe el título que nos ocupa, “En la mili (Americana)”.
Era de recibo que Pauly Shore le regalara a todos sus fans una pequeña incursión en el ejército, así que con los ojos bien puestos en un clásico como es "El pelotón chiflado", el humor tan particular de Shore se adapta a una película cuya narración comprende el periodo de instrucción y una posterior misión casi imposible que nuestro hombre, en su torpeza, conseguirá llevar a buen puerto. De entre medias, los chistes picantes y subidos de tono en torno a la sargento que instruye a los soldados, se sucederán con la suficiente pericia como para tener en cuenta esta película en este ciber-antro. No en balde, y con el afán de disponer del mejor material cómico posible, la producción contrata a Jeff Buhai y Steve Zacharias, otrora autores del libreto de “La revancha de los novatos” que redactan una sinopsis directamente robada —o muy parecida— a la del clásico ochentero, para que luego seis escribientes del todo inútiles desarrollen todo el guion.
Con una recaudación de 30 millones de dólares en todo el mundo, “En la mili (Americana)” ya dejó ver que la estrella de este chico se apagaba.
En el film Shore interpreta a un desastroso vendedor de equipos de alta fidelidad al cual despiden por incompetencia máxima. Como no sabe que hacer tras el despido, decide alistarse en el ejército arrastrando consigo a su compañero de trabajo con el que planea, en un futuro, abrir una tienda de aparatos Hi-Fi. Como entrarán directamente en la reserva, el personaje de Shore considera que no tendrá que currar demasiado para el ejército, y de ese modo podrá ahorrar el dinero que se le asigne e invertirlo en su futura tienda. Tras la dura instrucción, todo se irá al traste cuando el ejército tire de la reserva para enviarles en una misión de guerra al desierto africano. Y en todo momento se sucederán los despropósitos.
Con aspiraciones de screwball comedy que transcurre en entorno belicoso, Shore se tomó muy en serio la que pudiera que fuese su película más taquillera, por lo que se sometió a instrucción militar previamente al rodaje, en los lugares donde debería interpretar su papel, para familiarizarse un poco con el asunto. Asimismo, se informó de todo lo relativo al ejército, para no dar palos de ciego con su personaje. Todo esto dio exactamente lo mismo porque la película no fue el éxito que se esperaba. Shore no le dio importancia ya que se trataba de su primer descalabro en taquilla en un negocio que, hasta ahora, había sido rentable, pero, sin embargo, a la película acabó de matarla la crítica, ya que no solo no hubo ni una buena, sino que se acusó a "En la mili (americana)" de ser un mal plagio de "El pelotón chiflado". Los guionistas Buhai y Zacharías nunca se prodigaron al respecto de esas acusaciones, pero no hace falta más que verla para darse cuenta.
La carrera de Shore ya no levantó cabeza.
Con los años, la película no es que goce en absoluto de culto alguno, es más, posiblemente se trate de una de las más vilipendiadas y olvidadas de la historia, pero sí que sirve para que publicaciones como “Task & Porpouse”, revista de corte militarista destinada a soldados y simpatizantes de la armada americana, le dediquen un artículo calificando al film de “clásico noventero”, y afirmando que de todas las películas sobre la armada que se han rodado en los EUA, “En la mili (Americana)” es la más realista, reseñando que las motivaciones y pasos a seguir por un cadete aparecen reflejados punto por punto ¡Y lo dicen completamente en serio!
El director asignado para llevar a cabo la desagradable tarea de dirigir un vehículo de lucimiento para Pauly Shore, fue Daniel Petrie Jr. cuya carrera deambuló entre la producción y la dirección, firmando —y filmando—, además de esta, cintas como “Operación: Soldados de juguete” o “Rosemont”.
En nuestro país el film se estrenó en salas comerciales cuando nadie en absoluto sabía quién era Pauly Shore, a pesar del éxito de “El hombre de California”, por lo que se saldó con unos escuetos 131.000 espectadores.
En cuanto a la peli en sí, a mí me hace cierta gracia… pero no la suficiente como para tenerla en alta estima.
El reinado de Pauly Shore comprende un periodo de tiempo de entre 1992 a 1996. Muy poco, apenas cuatro años en los que quienes vislumbraron un atisbo de talento en este surfero de la era "MTV", lo exprimieron mientras el público tuviera ganas de pagar por verlo, rodando una suerte de películas infames para su lucimiento. Shore era distinguible del resto por dos motivos: emitía desagradables onomatopeyas e imitaba sonidos de animales —lo que le valió el sobrenombre de Da Weasel (la comadreja)— y, además de ser un actor poco menos que espantoso, tenía bastante poca gracia. Sin embargo en aquellos años del grunge, mientras estuvo en televisión, el humor de Pauly Shore funcionó. Continuó rodando películas hasta que su estrella se apagó. Intentar conservar su estatus se convirtió para él en poco más que una odisea.
Su debut en la pantalla se dio con “El hombre de California” protagonizada por Brendan Fraser. En ella Shore era el alivio cómico que, por causas del destino, se come la película —aunque comerse una película de Fraser, se la puede comer cualquiera—, el público empatiza con el personaje, y de ahí a todo lo que vino después, que se tradujo en títulos como “Menudo Yerno”, “Juri Duty: ¿Y dónde está el jurado?” o “Bio-Dome” y la (merecida) muerte artística.
Entre todo ese desaguisado y, a su medida, se concibe el título que nos ocupa, “En la mili (Americana)”.
Era de recibo que Pauly Shore le regalara a todos sus fans una pequeña incursión en el ejército, así que con los ojos bien puestos en un clásico como es "El pelotón chiflado", el humor tan particular de Shore se adapta a una película cuya narración comprende el periodo de instrucción y una posterior misión casi imposible que nuestro hombre, en su torpeza, conseguirá llevar a buen puerto. De entre medias, los chistes picantes y subidos de tono en torno a la sargento que instruye a los soldados, se sucederán con la suficiente pericia como para tener en cuenta esta película en este ciber-antro. No en balde, y con el afán de disponer del mejor material cómico posible, la producción contrata a Jeff Buhai y Steve Zacharias, otrora autores del libreto de “La revancha de los novatos” que redactan una sinopsis directamente robada —o muy parecida— a la del clásico ochentero, para que luego seis escribientes del todo inútiles desarrollen todo el guion.
Con una recaudación de 30 millones de dólares en todo el mundo, “En la mili (Americana)” ya dejó ver que la estrella de este chico se apagaba.
En el film Shore interpreta a un desastroso vendedor de equipos de alta fidelidad al cual despiden por incompetencia máxima. Como no sabe que hacer tras el despido, decide alistarse en el ejército arrastrando consigo a su compañero de trabajo con el que planea, en un futuro, abrir una tienda de aparatos Hi-Fi. Como entrarán directamente en la reserva, el personaje de Shore considera que no tendrá que currar demasiado para el ejército, y de ese modo podrá ahorrar el dinero que se le asigne e invertirlo en su futura tienda. Tras la dura instrucción, todo se irá al traste cuando el ejército tire de la reserva para enviarles en una misión de guerra al desierto africano. Y en todo momento se sucederán los despropósitos.
Con aspiraciones de screwball comedy que transcurre en entorno belicoso, Shore se tomó muy en serio la que pudiera que fuese su película más taquillera, por lo que se sometió a instrucción militar previamente al rodaje, en los lugares donde debería interpretar su papel, para familiarizarse un poco con el asunto. Asimismo, se informó de todo lo relativo al ejército, para no dar palos de ciego con su personaje. Todo esto dio exactamente lo mismo porque la película no fue el éxito que se esperaba. Shore no le dio importancia ya que se trataba de su primer descalabro en taquilla en un negocio que, hasta ahora, había sido rentable, pero, sin embargo, a la película acabó de matarla la crítica, ya que no solo no hubo ni una buena, sino que se acusó a "En la mili (americana)" de ser un mal plagio de "El pelotón chiflado". Los guionistas Buhai y Zacharías nunca se prodigaron al respecto de esas acusaciones, pero no hace falta más que verla para darse cuenta.
La carrera de Shore ya no levantó cabeza.
Con los años, la película no es que goce en absoluto de culto alguno, es más, posiblemente se trate de una de las más vilipendiadas y olvidadas de la historia, pero sí que sirve para que publicaciones como “Task & Porpouse”, revista de corte militarista destinada a soldados y simpatizantes de la armada americana, le dediquen un artículo calificando al film de “clásico noventero”, y afirmando que de todas las películas sobre la armada que se han rodado en los EUA, “En la mili (Americana)” es la más realista, reseñando que las motivaciones y pasos a seguir por un cadete aparecen reflejados punto por punto ¡Y lo dicen completamente en serio!
El director asignado para llevar a cabo la desagradable tarea de dirigir un vehículo de lucimiento para Pauly Shore, fue Daniel Petrie Jr. cuya carrera deambuló entre la producción y la dirección, firmando —y filmando—, además de esta, cintas como “Operación: Soldados de juguete” o “Rosemont”.
En nuestro país el film se estrenó en salas comerciales cuando nadie en absoluto sabía quién era Pauly Shore, a pesar del éxito de “El hombre de California”, por lo que se saldó con unos escuetos 131.000 espectadores.
En cuanto a la peli en sí, a mí me hace cierta gracia… pero no la suficiente como para tenerla en alta estima.
sábado, 19 de abril de 2025
LOCURA SANGRIENTA
Entre los cerebros pensantes tras "Locura Sangrienta" ("Silent Madness" en versión original) localizamos dos relacionados directamente con el porno y un tercero que, años después, terminaría en juicios por estafador. Ante semejante panorama, ya sabemos a qué nos exponemos: producto de naturaleza salvajemente creamtística facturado con escasos reales y una intención clara, sacar suco al "boom" del cine slasher del momento, sin miramientos. Tal es así que un buen título alternativo hubiese sido "Locura Grasienta" (me disculpo por el mal chiste, pero la tentación era insoportable).
El culpable de una masacre estudiantil en una fraternidad sale del loquero a causa de un error burocrático. Los años de reclusión no le han ayudado mucho, desde luego, porque, además de una galopante alopecia, anda más grillado que antes. Así, comienza a matar todo lo que se mueve, mientras dirige sus pasos al lugar del crimen original, por donde continúan pululando hermosas y pizpiretas estudiantes. Hasta aquí, todo puro manual. Pero, por aquello de disimular, la historia incorpora algunos pequeños elementos de más que la salvan de la flagrante rutina. Por un lado está la psiquiatra del centro, quien se aliará con un periodista local para detener el homicida (un "Dr. Loomis" con coño, vamos). Y, por otro, los médicos culpables del error y dos enfermeros la mar de chungos -casi peores que el mismo asesino- enviados a por este y todo aquel que sepa la verdad (lo que incluye pacientes sometidos a experimentos no muy legales).
Sin embargo, paradójicamente, dichas buenas intenciones no logran su cometido. Es decir, "Locura Sangrienta" es tan anodina y aburrida como el slasher más común. Cosa que ya tiene delito. No consigues hacer el tuyo ni un poco más entretenido o interesante a pesar de los añadidos. Tal vez contribuya al "bluff" que, por otro lado, evitan recurrir a los que sí habrían aportado algo de color: sangre y tetas. Hemoglobina, mucha menos de lo que cabría esperar a esas alturas del juego. Los crímenes son todos bastante aparatosos y retorcidos, incluso medianamente originales, pero los resultados quedan lejos de impresionar. Solo uno podría ser tildado de gráfico, o brutal, y lo recibe un personaje negativo, vamos, de los que merecen tal castigo. Una tendencia moralista más habitual hoy día que en aquellos tiempos. Mira, en algo fue pionera "Locura Sangrienta". Y respecto al tema ubres, únicamente hay dos y la actriz se las cubre con sus manos. Al respecto merece la pena rescatar una historia (es decir, robar la información de Imdb) porque tiene guasa. Los productores querían más chicha, pero la actriz protagonista convenció a las jóvenes para que no les complacieran. Obviamente, aquella quedó marcada como persona non grata. Hablamos de Belinda Montgomery, quien venía de la tele y a ella volvió. Paralelamente, los del dinero buscaban a una actriz veterana de cierta solera que aportara más prestancia a su película. Tras varios intentos y sendas negativas por parte de Shelley Winters y Maureen O'Sullivan, terminaron fichando nada menos que a Viveca Lindfords, fresca aún de su paso por "Creepshow". Y, al parecer, la vieja dama de Hollywood actuó de manera radicalmente opuesta a la Montgomery, animando a las chavalas al despelote desprejuiciado asegurándolas que sería su pasaporte a lo más alto. Ello, sobra decirlo, motivó un pique entre ambas señoras. Lástima que ganara la Montgomery. Y lo remarco porque una de las jóvenes en cuestión -que no se despelotan- resulta ser Elizabeth Kaitan, por entonces futura "scream queen" a la que volveríamos a ver -a ella y, esta vez sí, sus preciosos senos- en cosas como "Necromancer, magia negra", "Esclavas del espacio" o el séptimo "Viernes 13", entre muchos otros subproductos de los ochenta y noventa. El último nombre destacable de todo el reparto -este con micropene- sería el barrilete de Sydney Lassick (de "Carrie" y "Alguien voló sobre el nido del cuco") como harapiento sheriff.El culpable de una masacre estudiantil en una fraternidad sale del loquero a causa de un error burocrático. Los años de reclusión no le han ayudado mucho, desde luego, porque, además de una galopante alopecia, anda más grillado que antes. Así, comienza a matar todo lo que se mueve, mientras dirige sus pasos al lugar del crimen original, por donde continúan pululando hermosas y pizpiretas estudiantes. Hasta aquí, todo puro manual. Pero, por aquello de disimular, la historia incorpora algunos pequeños elementos de más que la salvan de la flagrante rutina. Por un lado está la psiquiatra del centro, quien se aliará con un periodista local para detener el homicida (un "Dr. Loomis" con coño, vamos). Y, por otro, los médicos culpables del error y dos enfermeros la mar de chungos -casi peores que el mismo asesino- enviados a por este y todo aquel que sepa la verdad (lo que incluye pacientes sometidos a experimentos no muy legales).
Al haber sido originalmente confeccionada en 3D, "Locura Sangrienta" gasta toda ella un "look" anti-natural debido a la sobre-iluminación (necesaria para que los truquitos en relieve -muy poco llamativos- funcionen), culpable de que casi todo apeste a decorado de "sitcom" setentera. Se podría señalar maliciosamente al responsable de la fotografía -Gerald Feil- pero no, tengamos en cuenta que este señor es, justamente, el que había fotografiado los efectos en relieve del tercer "Viernes 13", y allí las cosas gastaban un aspecto un pelo mejor. Así pues supongo que, al final, la causa es la habitual en estos casos, un montante más bien limitado.
Graciosamente, lo que personalmente salvaría de la quema es la banda sonora, bastante efectiva. En algunos pasajes recuerda a la de Ennio Morricone para "La Cosa". O eso ha creído detectar mi fino oído. Tal vez, Barry Salmon, compositor, tomó nota de aquella. Quien sabe. En tal caso, bienvenida sea la jeta, porque el resultado funciona.
Seguimos hurgando entre los créditos y damos con más peña curiosa. Del personal que se ocupa de los efectos especiales destacaría a Allan Apone, un tipo que no ha parado de currar como un mamón desde su debut en los setenta aplicando maquillajes a las supuestas imágenes reales del primer "Rostros de muerte" (repetiría en las dos consiguientes secuelas). De ahí pasó a cosas como "Gemidos en la oscuridad", "El legado del diablo", el tercer "Viernes 13" otra vez, "El regreso de los muertos vivientes", "Neon Maniacs" y ya... bueno, a medida que nos adentramos en los noventa y demás, la ristra de títulos inevitablemente despiertan muchas menos pasiones en mí.
Por ahí ronda también un viejo conocido de este blog vinculado a slashers de cierto peso, Martin Kitrosser. Dirigió el quinto "Noche de paz, noche de muerte" (titulado "Juegos Diabólicos") y metió mano en varios "Viernes 13", siendo oficialmente el guionista de, sí, la tercera. No obstante, lo llamativo del colega es que, con los años y una caña, logró un estatus más que envidiable como supervisor de guiones ajenos, tarea esta que ha ido desarrollando en películas tochas, incluidas algunas de Quentin Tarantonto.
Afortunadamente, para hablar del resto de peña ligada a "Silent Madness" hacemos como los cangrejos, vamos hacia atrás y regresamos al tugurio del cine más pestilente. Bill Milling, uno de los guionistas, dispone de una larga ristra de productos dedicados al mete-saca. También algunas marcianadas, como el mondo "La locura americana 2" (aquel con presencia de Jello Biafra y canción de "The Dictators") y alguna "sex comedy" tardía. No obstante, lo llamativo es que el tipo ejerció también como director, y su filmografía viene cargadita de esas mismas pelis pajeras de las que hablaba. Llegados los noventa se desvincula del asunto... más o menos, rodando una "wip" con pinta bien sórdida y protagonismo de una estrella X, Kascha, "Furia enjaulada" (el resto del reparto no tiene parangón, puro "sleaze", molaría echarle el guante) y otras pocas cosas más, entre ellas la comedia "Dinero fácil".
Al segundo culpable del libreto, Bob Zimmerman, ya lo conocemos. Su otro -único- crédito es el thriller "Juez, Jurado y Ejecutor".
Terminamos el agotador repaso con el director de "Locura Sangrienta", Simon Nuchtern. Comenzó su carrera a finales de los sesenta como "sexploiter". En la siguiente década tonteó con el porno y la comedia hasta que recibió el encargo de rodar el falso material truculento del legendario falso snuff titulado, oh sorpresa, "Snuff", aquel oficialmente dirigido por Michael Findlay Sin embargo, hay eruditos, mucho más fiables, que responsabilizan de ello al pornógrafo -y director de fotografía- Carter Stevens / Malcom Worob, por lo que podría tratarse de información errónea. La última película de Nuchtern fue una muy recurrente en nuestros añorados vídeo-clubs por ahí 1985, "Amanecer salvaje", epopeya de acción y moteros con llamativo reparto a base de viejos astros y nombres destinados a brillar (más o menos). Justo, entre los especialistas estaba Solly Marx, quien diera vida al asesino psicópata de "Silent Madness". Círculo cerrado.
A la hora de la imagen ilustrativa, pues volvía a encontrarme ante una de mis habituales diatribas morales. Por un lado, el cartel original, con su llamativa ilustración tirando a exagerada. Y, por otro, la que fuese la impactante caratula del VHS patrio (cortesía de "Grupo Águila"), de cuando se destinaban a llamar nuestra atención desacomplejadamente... y de qué manera.
martes, 15 de abril de 2025
TORSO: VIOLENCIA CARNAL (UNA REFLEXIÓN)
Estamos en pleno 2025 y el lenguaje cinematográfico, groso modo, ha cambiado mucho. En ese sentido, y sin ningún ánimo de demostrar que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, sí es cierto que soy ya un señor de mediana edad y, por ende, según que maneras de mostrarnos cómo se ha colocado una cámara, o la cantidad de cromas que hay en una película o el exceso de efectos digitales, hacen que —e inmerso en una era digital como también estoy— pierda el hilo viendo películas actuales (máxime si son de género) y pronto mi atención se desvíe en pro de las actualizaciones de instagram y/o los reels e stories que son, hoy por hoy, los reyes del entretenimiento.
Sin embargo, si me pongo a ver una película bien hecha del siglo pasado, esto no sucede. Y más cuando aquella, quizás ya arcaica, tosca y rudimentaria, pone todos los medios a su alcance para captar la atención del espectador. Porque se hacía cine mejor (no que se hiciera mejor cine… que también). Y es que esta reflexión viene después de un visionado -tras muchísimos años sin hacerlo- de la película que nos ocupa: “Torso: Violencia Carnal” o como reza su maravilloso título original en italiano “I corpi presentano tracce di violenza carnale”. En realidad se trata de un clásico del thriller italiano, muy trillado, que, en su momento, y según la pluma que firmara el artículo al respecto, podía resultar para la crítica poco menos que una ofensa al séptimo arte. Pero con el culto que con los años se le profesa al cine de horror en general, y al europeo en particular, la que puede que sea la más popular película de Sergio Martino ha alcanzado cotas de clásico y dudo mucho que ningún crítico ose decir que es mala. Porque, tal y como está el percal, el hacer tal insinuación es una necedad.
Pero, independientemente de lo que considere o no el crítico de turno, el caso es que anoche disfruté como un enano con “Torso”, al margen de mis gustos o las posibles buenas ideas estéticas que pueda incorporar la peli, porque, en esencia, se trata de un producto genuinamente bien hecho, a la antigua, con unos movimientos de cámara a veces acrobáticos y una conciencia cinematográfica que ya la quisiera para sí el cine de horror actual (por poner un ejemplo, “The Monkey” sería una cosa opuesta a “Torso” y, cuando me refiero a “conciencia cinematográfica” quiero decir que “The Monkey” ya tiene muy presente en su concepción los momentos reels y stories de los que antes les he hablado, y su exhibición en salas es un daño colateral anecdótico). Pero, en esencia, me ha parecido cojonuda porque, como antes les he dicho, “Torso” es una película que pone todos los medios a su alcance para captar la atención del espectador. Es todo clímax, ambiente, tensión y engaño, a la italiana, pero con unas maneras de hacer que son, sobre todo y aunque decirlo ya es casi un cliché, artesanales. En definitiva, creo firmemente que es una muestra de que antes se hacia el cine mejor.
Por lo demás ¿qué les voy a decir de “Torso”? básicamente que es un título seminal. Según los estudiosos, precedió al “slasher” americano (esos mismos que la alaban parecen haber olvidado “Frenesí” de Hitchcock) y, probablemente, de trate de la mejor película de su director. Todo en ella mola, desde la estética colorida y su ambiente en parajes eminentemente italianos, hasta ese asesino que lleva guantes de cuero, esconde su rostro bajo un pasamontañas gris y asesina a sus víctimas usando para ello ¡un elegante foulard! Y esa sangre roja como el infierno, igual que si alguien hubiese derramado en el suelo un bote de 25 kilos de Titanlux.
La sinopsis es sencilla; Un grupo de estudiantes de historia se instalan en un caserón en lo alto de la montaña en un pueblo italiano, donde un individuo va dando matarile a todo aquel que se cruza y más en concreto a mujeres guapas. El espectador tendrá que ir sorteando las pistas falsas para averiguar quién se oculta tras el pasamontañas. Una delicia de estupenda banda sonora. Imposible no disfrutar con “Torso” si a uno le gusta el cine.
Por supuesto, Tarantino y Eli Roth hablan maravillas de ella y provocaría que Sergio Martino fuese recordado como un especialista en terror, pero lo cierto es que, al igual que la mayoría de directores de su quinta, si hacemos un balance de todos los géneros que cultivó en su basta filmografía, podemos decir, sin temor a despeinarnos, que “Torso”, o “El asesino del cementerio etrusco” dentro del terror, o “Destroyer” y “2019: Tras las caída de Nueva York” en los parámetros de la ciencia ficción, están muy bien y sirven para que sea recordado como un cineasta de cine fantástico, pero dirigió muchísimas más comedias bufas y/o sexys, como puedan ser “Desnudémonos sin pudor”, o “Acapulco, la primera playa a la izquierda”, o “La mujer de vacaciones, la amante en la ciudad”… Lo cierto es que le dio a tantos géneros como uno pueda imaginar, indiscriminadamente.
Merece la pena volver a ver “Torso: Violencia Carnal”, que le ha pasado como al vino francés.
Sin embargo, si me pongo a ver una película bien hecha del siglo pasado, esto no sucede. Y más cuando aquella, quizás ya arcaica, tosca y rudimentaria, pone todos los medios a su alcance para captar la atención del espectador. Porque se hacía cine mejor (no que se hiciera mejor cine… que también). Y es que esta reflexión viene después de un visionado -tras muchísimos años sin hacerlo- de la película que nos ocupa: “Torso: Violencia Carnal” o como reza su maravilloso título original en italiano “I corpi presentano tracce di violenza carnale”. En realidad se trata de un clásico del thriller italiano, muy trillado, que, en su momento, y según la pluma que firmara el artículo al respecto, podía resultar para la crítica poco menos que una ofensa al séptimo arte. Pero con el culto que con los años se le profesa al cine de horror en general, y al europeo en particular, la que puede que sea la más popular película de Sergio Martino ha alcanzado cotas de clásico y dudo mucho que ningún crítico ose decir que es mala. Porque, tal y como está el percal, el hacer tal insinuación es una necedad.
Pero, independientemente de lo que considere o no el crítico de turno, el caso es que anoche disfruté como un enano con “Torso”, al margen de mis gustos o las posibles buenas ideas estéticas que pueda incorporar la peli, porque, en esencia, se trata de un producto genuinamente bien hecho, a la antigua, con unos movimientos de cámara a veces acrobáticos y una conciencia cinematográfica que ya la quisiera para sí el cine de horror actual (por poner un ejemplo, “The Monkey” sería una cosa opuesta a “Torso” y, cuando me refiero a “conciencia cinematográfica” quiero decir que “The Monkey” ya tiene muy presente en su concepción los momentos reels y stories de los que antes les he hablado, y su exhibición en salas es un daño colateral anecdótico). Pero, en esencia, me ha parecido cojonuda porque, como antes les he dicho, “Torso” es una película que pone todos los medios a su alcance para captar la atención del espectador. Es todo clímax, ambiente, tensión y engaño, a la italiana, pero con unas maneras de hacer que son, sobre todo y aunque decirlo ya es casi un cliché, artesanales. En definitiva, creo firmemente que es una muestra de que antes se hacia el cine mejor.
Por lo demás ¿qué les voy a decir de “Torso”? básicamente que es un título seminal. Según los estudiosos, precedió al “slasher” americano (esos mismos que la alaban parecen haber olvidado “Frenesí” de Hitchcock) y, probablemente, de trate de la mejor película de su director. Todo en ella mola, desde la estética colorida y su ambiente en parajes eminentemente italianos, hasta ese asesino que lleva guantes de cuero, esconde su rostro bajo un pasamontañas gris y asesina a sus víctimas usando para ello ¡un elegante foulard! Y esa sangre roja como el infierno, igual que si alguien hubiese derramado en el suelo un bote de 25 kilos de Titanlux.
La sinopsis es sencilla; Un grupo de estudiantes de historia se instalan en un caserón en lo alto de la montaña en un pueblo italiano, donde un individuo va dando matarile a todo aquel que se cruza y más en concreto a mujeres guapas. El espectador tendrá que ir sorteando las pistas falsas para averiguar quién se oculta tras el pasamontañas. Una delicia de estupenda banda sonora. Imposible no disfrutar con “Torso” si a uno le gusta el cine.
Por supuesto, Tarantino y Eli Roth hablan maravillas de ella y provocaría que Sergio Martino fuese recordado como un especialista en terror, pero lo cierto es que, al igual que la mayoría de directores de su quinta, si hacemos un balance de todos los géneros que cultivó en su basta filmografía, podemos decir, sin temor a despeinarnos, que “Torso”, o “El asesino del cementerio etrusco” dentro del terror, o “Destroyer” y “2019: Tras las caída de Nueva York” en los parámetros de la ciencia ficción, están muy bien y sirven para que sea recordado como un cineasta de cine fantástico, pero dirigió muchísimas más comedias bufas y/o sexys, como puedan ser “Desnudémonos sin pudor”, o “Acapulco, la primera playa a la izquierda”, o “La mujer de vacaciones, la amante en la ciudad”… Lo cierto es que le dio a tantos géneros como uno pueda imaginar, indiscriminadamente.
Merece la pena volver a ver “Torso: Violencia Carnal”, que le ha pasado como al vino francés.
sábado, 12 de abril de 2025
EL SENTIDO DE LA VIDA
A nivel oficial, "Monty Python" cuenta única y exclusivamente con tres largometrajes genuinamente propios. "Los caballeros de la mesa cuadrada", "La vida de Brian" y "El sentido de la vida". Todo lo demás, engañifas aparte, son recolecciones de sketches televisivos o espectáculos en vivo filmados. De las tres mentadas, la del medio está considerada su obra maestra. Aquella con la que lograron un mejor y mayor equilibrio entre narración y comedia. Una historia interesante de principio a fin, perfectamente desarrollada y repleta de acertadísimos momentos de humor. "La vida de Brian" dejó el listón tan arriba que, inevitablemente, "El sentido de la vida", la película que la siguió, resultó menos redonda. Además, en cierto modo era un "paso atrás", porque los "Python" recuperaban la más cómoda -para ellos- estructura televisiva a base de sketches. Con un grado superior de golfería y transgresión que cuando lo petaban en la caja lerda, claro, pero sketches al fin y al cabo.
¿Qué significa ello? pues que a nivel calidad el film varía. Hay momentos correctos, hay momentos flojillos (aunque jamás situándose al nivel del barro) y, por supuesto, también los hay brillantes. Antológicos. Únicos. Eso, y el hecho de que me pillara en plena adolescencia, desplegando mi pasión hacia el sexteto, contribuyen a que "El sentido de la vida" gaste mucho peso para mí. No es mejor que "La vida de Brian", pero podría ser mi favorita. Recuerdo como me fascinaban las imágenes promocionales que corrían en las páginas de la prensa del momento. Y aunque no pasé por taquilla, sí la alquilé en vídeo y aluciné colorinches con su humor picantón, capaz de incomodarme y sonrojarme (el profe dando lecciones de sexo más que gráficas con ayuda de su esposa), los brutales momentos de gore y escatología (mutilaciones, chorros de sangre....) y las canciones. Siempre he sido muy fan de las tonadillas de los "Python", mayormente perpetradas por Eric Idle y John Du Prez, pero es que su labor en "El sentido de la vida" roza la absoluta maestría. El tema que abre el film. La parodia de "Oliver Twist" cantando sobre la sacralidad del esperma. O, muy especialmente, la increíble, preciosa, estremecedora fanfarria dedicada a la inmensidad del universo e insignificancia de uno -la justamente hoy día celebrada "Galaxy Song"- eran ya suficientes méritos como para hacer de la experiencia -de consumir "El sentido de la vida"- algo especial y único.Pero luego tenemos sus gags más inspirados. Que los hay. Probablemente la joya de la corona sea el dedicado a las aventuras gastronómicas del Señor "Creosote". Si han visto el film, ya saben por donde voy. Esos vómitos continuos, ese cuerpo hinchándose hasta estallar.... es tan desagradable, asqueroso y salvaje, que resulta imposible apartar la mirada. Tampoco olvidemos a los recolectores de órganos de donantes ("¿Nos dona su hígado?", "Es que lo estoy usando yo", "No se preocupe, nadie sobrevive a la extracción"). La familia de hojas resecas feneciendo dramáticamente con la llegada del invierno. O el otro momento cumbre, la muerte misma en medio de una siniestra campiña británica dirigiéndose hasta un caserón para anunciar a sus comensales que han palmado envenenados. Y, por supuesto, su llegada al cielo, donde siempre es Navidad. Evento coronado nuevamente por una canción maravillosa.
Mención aparte merece un sketch que era pura premonición. Un actor ha sido condenado a muerte por hacer chistes sexistas en la tele. Elige el modo de estirar la pata dejándose perseguir hasta el borde de un acantilado por un grupo de immmmmmmpresionantes jovencitas en top-less, recreándonos con sus danzarines senos votantes a cámara lenta. Tal materia confirma un secreto a voces, lo agradecidamente machistas que eran "Monty Python". Rara vez escribían papeles femeninos con enjundia. Los pocos que había se los guardaban para ellos, ejecutándolos tras los respectivos disfraces y dejando las migajas a su habitual, infrautilizada y sacrificada actriz, Carol Cleveland. ¿Lo mento como algo recriminable? ¡para nada! en todo caso resulta gracioso / curioso. Incluso refrescante, considerando como anda hoy día el patio.
Probablemente el tercer acto de "El sentido de la vida" sea lo mejor de la misma. Es altamente significativo que concluya con una televisión alejándose hacia la inmensidad del espacio mientras en su pantalla vemos la inconfundible intro del programa de televisión que, a finales de los sesenta, convirtió a los "Python" en los "monstros" del humor que fueron, han sido, son y serán. ¿Sabrían ellos que aquella iba a ser su última película oficial? Desde luego no podemos hablar de broche de oro... pero sí de plata, y eso ya es más que mucho.
Completistas, aquí tienen sus fotocromos.
martes, 8 de abril de 2025
LA VENGANZA DEL SEXO
Un científico “fanático” (como dicen en la película) anda pensando en cómo perfeccionar la raza humana. Y para sus investigaciones tiene una serie de autómatas deformes a los que enviará a secuestrar personas a las que, en su laboratorio, drogará y pondrá a tener relaciones sexuales, extrayéndoles no sé que líquido corpóreo que él mismo beberá. Su idea es controlar el sexo, porque el sexo domina el mundo… y él ¡dominará el sexo!
Durante las escabechinas un investigador intentará descubrir qué está sucediendo e inmiscuirá hasta límites insospechados.
“La venganza del sexo” es un clásico argentino del "sexploitation" que, con los años, se ha ganado un merecido culto internacional. Se trata del film más conocido de su director, Emilio Vieyra, un auténtico apestado de la cinematografía argentina al que, en su país de origen, ni si quiera se le tuvo en cuenta por el tipo de películas que hacía: pequeñas plastas de "serie B" barata financiadas por productores norteamericanos y su explotación para el extranjero. Los historiadores y eruditos pomposos y estirados de La Pampa ni siquiera reparan en él cuando escriben la historia de su cine. Como hacía subproductos con look americano, en ni tan siquiera se estrenaban en su tierra, aunque “La venganza del sexo” sí que lo hizo, aunque dos años después del rodaje: las críticas fueron feroces. Y no es para menos porque, al margen del marciano argumento, sencillo como los contenidos de una cartilla Rubio, a “La venganza del sexo” no hay por donde cogerla. Sobre todo por la presencia de lo que en la película llaman “autómatas” de rostro impertérrito, evidenciando así que son tíos con caretas horrorosas de papel maché —sobre todo la del esbirro principal, quien se hizo extremadamente popular entre ciertos sectores del fandom por su aspecto extremadamente ridículo—, que andan de un lugar para otro llevando individuos y señoritas de buen ver al científico. Por supuesto, y en consecuencia, la comedia involuntaria es una de las bazas fuertes de la película.
Por lo demás, esta muestra desnudos, secuencias sensuales y una suerte de parafernalias que, de no ser porque apuntaba a otros mercados, hubiesen sido inviables en Argentina.
No obstante, la versión que se hizo popular fue la montada en Estados Unidos bajo el título de “The curious Dr. Humpp” que resulta notablemente inferior a la argentina, ya que lo que tenemos en realidad es una alteración del material rodado por Vieyra al que le han añadido ingentes cantidades de "porno soft", sobre todo numeritos lésbicos (con demasiado pelo asomándole por debajo de las bragas a las tipas) con personajes que aparecen en el material rodado originalmente sin orden ni concierto y que, tras la escena de folleteo (y/o masturbación) son asesinados por el esbirro principal del Dr. Humpp. Dicha versión, cuyos insertos están dirigidos y no acreditados por otro experto del "sexploit" sesentero, Jerald Intrator, es la que prevalece y la que, al final, se ha ganado el culto de los fans. Y esa es la razón por la que los señores de "AGFA" y "Something Weird Video" hicieron la pertinente restauración con el fin de lanzarla en un Blu Ray con todos los honores y ambas versiones.
Por supuesto, “La venganza del sexo” es sustancialmente mejor que “The curious Dr. Humpp” y su folleteo semiduro, pero, en cualquier caso, y quitando los momentos de risas y el evidente encanto kitch, es bastante rollete, y por momentos el visionado se hace pesado. Eso sí, cuanto beneficia el blanco y negro a las películas de estas características.
Emilio Vieyra cuenta en su haber con otros clásicos argentinos del despiporre horrorífico como puedan ser “Sangre de vírgenes” o “Placer sangriento”.
Durante las escabechinas un investigador intentará descubrir qué está sucediendo e inmiscuirá hasta límites insospechados.
“La venganza del sexo” es un clásico argentino del "sexploitation" que, con los años, se ha ganado un merecido culto internacional. Se trata del film más conocido de su director, Emilio Vieyra, un auténtico apestado de la cinematografía argentina al que, en su país de origen, ni si quiera se le tuvo en cuenta por el tipo de películas que hacía: pequeñas plastas de "serie B" barata financiadas por productores norteamericanos y su explotación para el extranjero. Los historiadores y eruditos pomposos y estirados de La Pampa ni siquiera reparan en él cuando escriben la historia de su cine. Como hacía subproductos con look americano, en ni tan siquiera se estrenaban en su tierra, aunque “La venganza del sexo” sí que lo hizo, aunque dos años después del rodaje: las críticas fueron feroces. Y no es para menos porque, al margen del marciano argumento, sencillo como los contenidos de una cartilla Rubio, a “La venganza del sexo” no hay por donde cogerla. Sobre todo por la presencia de lo que en la película llaman “autómatas” de rostro impertérrito, evidenciando así que son tíos con caretas horrorosas de papel maché —sobre todo la del esbirro principal, quien se hizo extremadamente popular entre ciertos sectores del fandom por su aspecto extremadamente ridículo—, que andan de un lugar para otro llevando individuos y señoritas de buen ver al científico. Por supuesto, y en consecuencia, la comedia involuntaria es una de las bazas fuertes de la película.
Por lo demás, esta muestra desnudos, secuencias sensuales y una suerte de parafernalias que, de no ser porque apuntaba a otros mercados, hubiesen sido inviables en Argentina.
No obstante, la versión que se hizo popular fue la montada en Estados Unidos bajo el título de “The curious Dr. Humpp” que resulta notablemente inferior a la argentina, ya que lo que tenemos en realidad es una alteración del material rodado por Vieyra al que le han añadido ingentes cantidades de "porno soft", sobre todo numeritos lésbicos (con demasiado pelo asomándole por debajo de las bragas a las tipas) con personajes que aparecen en el material rodado originalmente sin orden ni concierto y que, tras la escena de folleteo (y/o masturbación) son asesinados por el esbirro principal del Dr. Humpp. Dicha versión, cuyos insertos están dirigidos y no acreditados por otro experto del "sexploit" sesentero, Jerald Intrator, es la que prevalece y la que, al final, se ha ganado el culto de los fans. Y esa es la razón por la que los señores de "AGFA" y "Something Weird Video" hicieron la pertinente restauración con el fin de lanzarla en un Blu Ray con todos los honores y ambas versiones.
Por supuesto, “La venganza del sexo” es sustancialmente mejor que “The curious Dr. Humpp” y su folleteo semiduro, pero, en cualquier caso, y quitando los momentos de risas y el evidente encanto kitch, es bastante rollete, y por momentos el visionado se hace pesado. Eso sí, cuanto beneficia el blanco y negro a las películas de estas características.
Emilio Vieyra cuenta en su haber con otros clásicos argentinos del despiporre horrorífico como puedan ser “Sangre de vírgenes” o “Placer sangriento”.
sábado, 5 de abril de 2025
TRAXX
Ya que últimamente he largado tanto sobre mi juvenil obsesión justiciera, ha llegado el momento de echar mano de una película que me llevaba loco, aunque no entiendo el motivo. Anduvo reseñada por acá en los albores de este blog y terminó reciclada / estampada -no muy certeramente- en las páginas de "Malas pero divertidas". Les estoy hablando de "Traxx", producción del año 1988 cuya finalidad consistía en, por un lado, convertir en estrella cinematográfica a una personalidad mediática en los USA, aquí cero conocida, de nombre Shadoe Stevens y, por otro, parodiar alegremente el género que nos interesa, con continuas alusiones a "Harry Callahan", "Rambo" y demás.
Contado así, por encima, el argumento no dista nada de cualquier producto serio sobre vengadores urbanos: Traxx es expulsado de la policía por sus violentas maneras. Ello le obliga a convertirse en mercenario, participando en cualquier guerra disponible. No obstante, un día, cansado, decide abandonar y regresar al hogar. Allí descubrirá que el crimen se ha apoderado de todo, por lo que desempolva las armas y toma medidas. El capo de la mafia local contratará a unos asesinos implacables para ponérselo difícil.
Bien, ahora añadan detalles como que, en su retiro, Traxx decide dedicarse a cocinar galletas (cosa que se le da fatal). O que nunca sale herido de ninguna refriega, aniquilando a sus enemigos con mortal precisión sin perder esa blanca sonrisa suya, una a juego con unos brillantes ojos azules y sendas chollas rubias dolorosamente ochenteras (como toda la película en sí, incluidas las canciones seudo-funky). Deduzco que mi mediana obsesión tendría algo que ver con la exagerada condición semi-superhumana del personaje, pues hasta cierto punto le emparentaba con otra fijación recurrente, "Charles Bind". Todo ello remojado a base de un humor muy muy tonto, algo políticamente incorrecto (con gags en los que fenecen impedidos u otros de orden semi-homofóbico sin desperdicio. "Mata a esta maricona", ordena el capo a uno de sus esbirros cuando ve las amaneradas maneras de su estilista) y ciertas similitudes con el universo Troma que en la época me pasaron totalmente desapercibidas. No hacía tanto que "El Vengador Tóxico" lo había petado y, oiga, ¿¿por qué no??. Traxx es también un justiciero dedicado en cuerpo y alma a limpiar de escoria una ciudad sumida en el caos, con gente cayendo por las ventanas, grotescas bandas criminales en cada esquina y villanos de pura caricatura. El pueblo llano le adora y compra camisetas con su imagen. Incluso hay ciertas transiciones a base de canción horterilla en las que le vemos triunfar en su gesta, igual que ocurría con las desventuras del deforme "Melvin". Incrementado todo ello por el tufo a desmadre y unos actores exagerando sus interpretaciones a base de mueca y exceso (atención al "hijo punki" del capo y su estrafalario aspecto). La escabechina es menos licuosa que en un film de la (ex)factoría de New Jersey, pero está presente. Los muertos se suman por decenas. También asoman algunas breves ubres. Y hay buenos gags. Me encanta el principio, con unos tipos tomando por rehenes a los animales de una tienda. Llega Traxx, se carga a los criminales y cuando su superior le recrimina, él exclama "Dígale eso a la madre del perrito muerto". Igualmente funciona muy bien la inesperada y estupidísima defunción del capo mafioso. Aunque, en general, y a pesar de los esfuerzos, lo más que consiguen sacarte es una sonrisilla afectuosa. La salva de ser un desastre total el que, con tanta locura, no resulte demasiado previsible. Tiene cierta capacidad de sorprender, aunque sea a base de sacrificar una historia genuinamente interesante. Defecto que conocían muy bien los reyes del "spoof", los ZAZ (en paz descanse la A) y, por ello, siempre procuraban dejar una buena base bien escrita antes de comenzar a trufarla de ocurrencias absurdas (por cierto, Shadoe Stevens llegó a colaborar con ellos, prestando su radiofónica voz para "Made in USA", nada menos). Decía que el film no es un desastre completo.... creativamente hablando, pero sí financieramente. De ahí que Stevens nunca despegara como comediante cinematográfico. El mismo año que hizo "Traxx" participó en "El superdetective de la costa oeste" (producto televisivo distribuido en España como si fuesen dos películas) y regresó a la gran pantalla durante los 90 junto a Billy Cristal en "El showman de los sábados" (eso sí, mediante rol diminuto), pero sería la última vez. A partir de ahí mutó en carne de caja tonta, desarrollando paralelamente otras actividades como radio -su especialidad- o escribir libros para críos. Entre la roña previa hay una joyita que merece ser destacada, "Shadoevision" de 1986, telefilm ultra-barato hoy casi inencontrable a mayor gloria del individuo. Una comedia de ciencia ficción dirigida nada menos que por ¡Chuck Cirino! (y con cameo coleguero de Jon Lovitz).
El resto del reparto de "Traxx" no tiene desperdicio. La chica guapa es Priscilla Barnes, actriz que a lo largo de su carrera ha alternado mucho telefilm, alguna película de cierta solera ("Mallrats", "Mumford, algo va a cambiar tu vida", "Los renegados del diablo") y una variada gama de subproductos según las artes de Roger Corman, Fred Olen Ray, Jeff Leroy o la productora "TomCat Films". Entre los títulos destacados de su currículum localizamos "Licencia para matar", el fracasado intento de modernizar a "James Bond". Allí coincidió por segunda vez con uno de los rostros más reconocibles de "Traxx", Robert Davi. También te sonarán los de Willard E. Pugh -el alcalde de "Robocop 2"-, John Hancock, Hugh Gillin, la mirada de loco de Raymond O'Connor y Wally Amos.
Como director Jerome Gary nunca hizo, ni ha hecho, gran cosa (incluida la reseñada). Por contra, en tareas de productor su nombre va asociado a "Pumping Iron", el documental a mayor gloria de un jovenzuelo Arnold Schwarzenegger. Y, justo, este es el protagonista de uno de los guiones previos de Gary DeVore, responsable del libreto de "Traxx", "Ejecutor". Debía de ser colega de su director, John Irvin, porque para él también escribió "Los perros de la guerra". Otra de sus amistades recurrentes era Peter Hyams, a quien le tecleó "Apunta, dispara... y corre" y supervisó "Timecop", "Muerte Súbita" y "The Relic". El último libreto original de DeVore fue "Pentathlon", tardío vehículo de lucimiento para Dolph Lundgren dirigido por Bruce Malmuth.
Lo crean o no, "Traxx" lleva el sello "De Laurentiis Entertainment Group".
Contado así, por encima, el argumento no dista nada de cualquier producto serio sobre vengadores urbanos: Traxx es expulsado de la policía por sus violentas maneras. Ello le obliga a convertirse en mercenario, participando en cualquier guerra disponible. No obstante, un día, cansado, decide abandonar y regresar al hogar. Allí descubrirá que el crimen se ha apoderado de todo, por lo que desempolva las armas y toma medidas. El capo de la mafia local contratará a unos asesinos implacables para ponérselo difícil.
Bien, ahora añadan detalles como que, en su retiro, Traxx decide dedicarse a cocinar galletas (cosa que se le da fatal). O que nunca sale herido de ninguna refriega, aniquilando a sus enemigos con mortal precisión sin perder esa blanca sonrisa suya, una a juego con unos brillantes ojos azules y sendas chollas rubias dolorosamente ochenteras (como toda la película en sí, incluidas las canciones seudo-funky). Deduzco que mi mediana obsesión tendría algo que ver con la exagerada condición semi-superhumana del personaje, pues hasta cierto punto le emparentaba con otra fijación recurrente, "Charles Bind". Todo ello remojado a base de un humor muy muy tonto, algo políticamente incorrecto (con gags en los que fenecen impedidos u otros de orden semi-homofóbico sin desperdicio. "Mata a esta maricona", ordena el capo a uno de sus esbirros cuando ve las amaneradas maneras de su estilista) y ciertas similitudes con el universo Troma que en la época me pasaron totalmente desapercibidas. No hacía tanto que "El Vengador Tóxico" lo había petado y, oiga, ¿¿por qué no??. Traxx es también un justiciero dedicado en cuerpo y alma a limpiar de escoria una ciudad sumida en el caos, con gente cayendo por las ventanas, grotescas bandas criminales en cada esquina y villanos de pura caricatura. El pueblo llano le adora y compra camisetas con su imagen. Incluso hay ciertas transiciones a base de canción horterilla en las que le vemos triunfar en su gesta, igual que ocurría con las desventuras del deforme "Melvin". Incrementado todo ello por el tufo a desmadre y unos actores exagerando sus interpretaciones a base de mueca y exceso (atención al "hijo punki" del capo y su estrafalario aspecto). La escabechina es menos licuosa que en un film de la (ex)factoría de New Jersey, pero está presente. Los muertos se suman por decenas. También asoman algunas breves ubres. Y hay buenos gags. Me encanta el principio, con unos tipos tomando por rehenes a los animales de una tienda. Llega Traxx, se carga a los criminales y cuando su superior le recrimina, él exclama "Dígale eso a la madre del perrito muerto". Igualmente funciona muy bien la inesperada y estupidísima defunción del capo mafioso. Aunque, en general, y a pesar de los esfuerzos, lo más que consiguen sacarte es una sonrisilla afectuosa. La salva de ser un desastre total el que, con tanta locura, no resulte demasiado previsible. Tiene cierta capacidad de sorprender, aunque sea a base de sacrificar una historia genuinamente interesante. Defecto que conocían muy bien los reyes del "spoof", los ZAZ (en paz descanse la A) y, por ello, siempre procuraban dejar una buena base bien escrita antes de comenzar a trufarla de ocurrencias absurdas (por cierto, Shadoe Stevens llegó a colaborar con ellos, prestando su radiofónica voz para "Made in USA", nada menos). Decía que el film no es un desastre completo.... creativamente hablando, pero sí financieramente. De ahí que Stevens nunca despegara como comediante cinematográfico. El mismo año que hizo "Traxx" participó en "El superdetective de la costa oeste" (producto televisivo distribuido en España como si fuesen dos películas) y regresó a la gran pantalla durante los 90 junto a Billy Cristal en "El showman de los sábados" (eso sí, mediante rol diminuto), pero sería la última vez. A partir de ahí mutó en carne de caja tonta, desarrollando paralelamente otras actividades como radio -su especialidad- o escribir libros para críos. Entre la roña previa hay una joyita que merece ser destacada, "Shadoevision" de 1986, telefilm ultra-barato hoy casi inencontrable a mayor gloria del individuo. Una comedia de ciencia ficción dirigida nada menos que por ¡Chuck Cirino! (y con cameo coleguero de Jon Lovitz).
El resto del reparto de "Traxx" no tiene desperdicio. La chica guapa es Priscilla Barnes, actriz que a lo largo de su carrera ha alternado mucho telefilm, alguna película de cierta solera ("Mallrats", "Mumford, algo va a cambiar tu vida", "Los renegados del diablo") y una variada gama de subproductos según las artes de Roger Corman, Fred Olen Ray, Jeff Leroy o la productora "TomCat Films". Entre los títulos destacados de su currículum localizamos "Licencia para matar", el fracasado intento de modernizar a "James Bond". Allí coincidió por segunda vez con uno de los rostros más reconocibles de "Traxx", Robert Davi. También te sonarán los de Willard E. Pugh -el alcalde de "Robocop 2"-, John Hancock, Hugh Gillin, la mirada de loco de Raymond O'Connor y Wally Amos.
Como director Jerome Gary nunca hizo, ni ha hecho, gran cosa (incluida la reseñada). Por contra, en tareas de productor su nombre va asociado a "Pumping Iron", el documental a mayor gloria de un jovenzuelo Arnold Schwarzenegger. Y, justo, este es el protagonista de uno de los guiones previos de Gary DeVore, responsable del libreto de "Traxx", "Ejecutor". Debía de ser colega de su director, John Irvin, porque para él también escribió "Los perros de la guerra". Otra de sus amistades recurrentes era Peter Hyams, a quien le tecleó "Apunta, dispara... y corre" y supervisó "Timecop", "Muerte Súbita" y "The Relic". El último libreto original de DeVore fue "Pentathlon", tardío vehículo de lucimiento para Dolph Lundgren dirigido por Bruce Malmuth.
Lo crean o no, "Traxx" lleva el sello "De Laurentiis Entertainment Group".
martes, 1 de abril de 2025
THE TORTURER
Mediometraje de carácter semi-amateur que, con vestigios de una corriente del cine de horror tan de primeros de siglo como es el “torture porn”, solventa la papeleta a base de iluminación artesanal y gracejo, y consigue —no se hasta que punto voluntaria o involuntariamente— aspecto, look, formas y maneras de película gore casera de finales de los 80 primeros 90. “The Torturer” parece una más de aquella tanda que, en la época, se pusieron de moda por estos lares y fueron distribuidas vía "Gorgon Vídeo"; me refiero a todas esas películas “redneck” de Leif Jonker, Bookwalter o Jim Van Bebber, solo que, si aquellas fueron rodadas en 8 o 16 mm, esta lo está en impersonal vídeo de alta definición propio de los tiempos que corren. Pero, en esencia, lo que está dentro del cuadro es lo mismo.
Así, “The Torturer” cuenta la historia de un individuo que es arrojado a una oscura habitación en la que un enorme ¿funcionario de prisiones?, le somete a un interrogatorio. No sabemos nada del individuo ni por qué ha sido arrojado a esa habitación, el caso es que no sabe contestar a las preguntas del interrogatorio y, en consecuencia, es torturado por el grandullón que da título a la película de manera muy explícita. No contento con eso, además, en los momentos de máximo éxtasis, se le aparecen otros torturados por el animal este, todos ellos en estado de descomposición, prácticamente zombies…
Todo en el mediometraje es una excusa para, por un lado, colarnos esa iluminación oscura que hace que parezca que la acción transcurre únicamente sobre un fondo negro y, por otro, mostrar el abundante gore, por momentos excesivo e innecesario, que está ahí solo porque quienes andan detrás del mediometraje son un poco hábiles a la hora de aplicar prótesis y efectos especiales "old school". Como ocurría en las pelis noventeras a las que antes he hecho referencia, de lo que va la cosa es de mostrar dichas habilidades, solo que llevadas a cabo por unas gentes más resabiadas que aquellas, simplemente por los 30 años de diferencia existentes.
Como fuere, el principal signo identitario de “The Torturer” es que me ha recordado terriblemente a aquello.
Por otro lado, y pese a que se puede hacer una sinopsis de la película en una línea, esta dice estar basada en un cuento de la colección “Nailbitters” de Paul Kane, asimismo, literatura barata para públicos concretos.
Por supuesto, detrás de todo esto está una pequeña empresa independiente llamada "Little Sparks Films" cuyas filas cuentan con films que van desde lo grotesco a lo posmoderno, además de tener cierta vinculación con la Troma (producen títulos para la infame compañía de Lloyd Kaufman y exhiben en sus plataformas de streaming).
Dirige el amigo Joe Manco (me ahorro el chiste) que posteriormente realizaría el largo “Vicemares” en similar tesitura que este mediometraje y tirando de croma que da gusto, sin mayor relevancia cinematográfica —ni festivalera— que yo sepa.
Y como protagonista tenemos a Paul T. Taylor, popular por ser uno de los actores que reemplazó a Doug Bradley en una de las últimas secuelas de “Hellraiser”, concretamente, “Hellraiser: Judgment” de 2018, y secundario en montones de productos de todo tipo.
Sin más, “The Torturer” es una cosa bastante mediocre, que me ha llamado la atención por, como les he dicho, recordarme artesanalmente a aquellas fruslerías gore que se comercializaron en España con el boom del momento, siendo como es del 2020.
Así, “The Torturer” cuenta la historia de un individuo que es arrojado a una oscura habitación en la que un enorme ¿funcionario de prisiones?, le somete a un interrogatorio. No sabemos nada del individuo ni por qué ha sido arrojado a esa habitación, el caso es que no sabe contestar a las preguntas del interrogatorio y, en consecuencia, es torturado por el grandullón que da título a la película de manera muy explícita. No contento con eso, además, en los momentos de máximo éxtasis, se le aparecen otros torturados por el animal este, todos ellos en estado de descomposición, prácticamente zombies…
Todo en el mediometraje es una excusa para, por un lado, colarnos esa iluminación oscura que hace que parezca que la acción transcurre únicamente sobre un fondo negro y, por otro, mostrar el abundante gore, por momentos excesivo e innecesario, que está ahí solo porque quienes andan detrás del mediometraje son un poco hábiles a la hora de aplicar prótesis y efectos especiales "old school". Como ocurría en las pelis noventeras a las que antes he hecho referencia, de lo que va la cosa es de mostrar dichas habilidades, solo que llevadas a cabo por unas gentes más resabiadas que aquellas, simplemente por los 30 años de diferencia existentes.
Como fuere, el principal signo identitario de “The Torturer” es que me ha recordado terriblemente a aquello.
Por otro lado, y pese a que se puede hacer una sinopsis de la película en una línea, esta dice estar basada en un cuento de la colección “Nailbitters” de Paul Kane, asimismo, literatura barata para públicos concretos.
Por supuesto, detrás de todo esto está una pequeña empresa independiente llamada "Little Sparks Films" cuyas filas cuentan con films que van desde lo grotesco a lo posmoderno, además de tener cierta vinculación con la Troma (producen títulos para la infame compañía de Lloyd Kaufman y exhiben en sus plataformas de streaming).
Dirige el amigo Joe Manco (me ahorro el chiste) que posteriormente realizaría el largo “Vicemares” en similar tesitura que este mediometraje y tirando de croma que da gusto, sin mayor relevancia cinematográfica —ni festivalera— que yo sepa.
Y como protagonista tenemos a Paul T. Taylor, popular por ser uno de los actores que reemplazó a Doug Bradley en una de las últimas secuelas de “Hellraiser”, concretamente, “Hellraiser: Judgment” de 2018, y secundario en montones de productos de todo tipo.
Sin más, “The Torturer” es una cosa bastante mediocre, que me ha llamado la atención por, como les he dicho, recordarme artesanalmente a aquellas fruslerías gore que se comercializaron en España con el boom del momento, siendo como es del 2020.
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